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LA PALABRA QUE NADIE QUIERE MENCIONAR: CÁNCER

Vamos a detenernos sobre una de las enfermedades graves que más temor genera por su virulencia y sus consecuencias: el cáncer.

 

Si bien el tema excede el marco de esta publicación, nos referiremos al mecanismo de la génesis tumoral, a fin de mostrar la importancia de la depuración corporal en su desarrollo. Para ello utilizaremos algunos conceptos del Dr. Christopher Vasey, quien en su libro “Comprender las enfermedades graves” realiza una didáctica explicación del fenómeno.

Mucho se habla de la grave exposición a las sustancias cancerígenas, como factor  desencadenante de los tumores. Sin embargo, no basta con eliminar todas las sustancias cancerígenas conocidas para estar a salvo del cáncer.  Una célula normal puede convertirse en cancerosa cuando el medio se degrada  por sobrecargas y carencias. En este contexto, el destino de la célula cancerosa  depende totalmente del terreno, pues una célula cancerosa no se convierte  automáticamente en un tumor maligno.

Todo ser vivo, ya sea un microbio o una célula (cancerosa o no), sólo puede vivir en un organismo que lo acepta y le ofrece condiciones para su desarrollo. Cuando esto ocurre, los microbios se multiplican y se genera una infección; si se trata de una célula cancerosa, su multiplicación genera un tumor. Pero cuando  el terreno no ofrece las condiciones necesarias, el microbio resulta inofensivo  y es destruido, mientras que la célula cancerosa también es destruida  por el medio hostil.

Conociendo el mecanismo reproductivo de las células, es interesante analizar cuánto  se necesita para que una célula cancerosa se convierta en un tumor amenazante.  Se sabe que la diferencia entre una célula cancerosa y una normal, está dada porque aquella se divide cada vez en dos células fértiles, mientras ésta se divide en una fértil y una estéril. Esa es la razón por la cual un tejido sano es estable y un tejido canceroso crece en forma rápida. Con el auxilio de las matemáticas, veremos cuán “lenta” es dicha velocidad inicial y cuánto puede hacerse entre tanto.

Tengamos siempre presente que la teórica multiplicación geométrica de las Células cancerosas requiere de una condición esencial: que el sistema inmunológico de dicho organismo no cumpla su función, es decir que no actúe como debe, sea por toxemia corporal o por carencias nutricionales. Una célula cancerosa se divide cuatro veces al año aproximadamente. Esto quiere decir que al cabo de un año, la célula original se habrá convertido en dieciséis células, cifra insignificante en un organismo compuesto por billones de células. Recién al tercer año, el tumor habrá alcanzado el número de mil células. Aún continúa sin representar peligro alguno, pues resulta inestable y mal asentado en los tejidos, pudiendo ser destruido y eliminado con facilidad. Si las condiciones del medio le son desfavorables, puede desaparecer espontáneamente. Es más, se sabe que tales tumores existen corrientemente en el organismo, pero no tienen efectos molestos si el sistema inmunológico
funciona y el terreno está sano.

Para llegar al estadio del millón de células hace falta llegar al quinto año de desarrollo, siempre en la hipótesis de crecimiento libre, como consecuencia de la inacción del sistema inmunológico. Aún así estamos en presencia de un tumor que solo mide un milímetro, pesa un miligramo y resulta demasiado pequeño para ser detectado con las técnicas actuales.

Deberemos esperar hasta el octavo año para que alcance el estado de los mil millones de células; entonces mide aproximadamente un centímetro y pesa un gramo. Ha logrado crecer e instalarse sólidamente en los tejidos y recién ahora
puede ser detectado. Aquí inicia la fase realmente peligrosa para el organismo, pues comienza su propagación: las células se desprenden del tumor madre (metástasis) y a través de los fluidos corporales van a colonizar otras partes del cuerpo.

Hacia el décimo año el tumor alcanzará la masa crítica del billón de células, pesará un kilogramo y medirá diez centímetros. Seguramente provocará la muerte del portador, pues el organismo no puede resistir semejante masa tumoral. Pero debemos reflexionar que  para llegar a tal estado de gravedad, han debido transcurrir ocho años de evolución imperturbada; ocho años en los cuales el sistema inmunológico no cumplió su cometido; ocho años en los cuales la toxemia corporal brindó las condiciones adecuadas para que se reprodujera sin problemas!!!

Si bien la descripción del ejemplo es teórica, pues la velocidad de desarrollo de un tumor es totalmente dependiente de las condiciones del medio en que se encuentra, sirve para demostrar cuánto dejamos de hacer… y cuánto podemos hacer por nuestra salud!!! Cualquier mejora que introduzcamos en la calidad de los fluidos orgánicos, representa  una reducción de las posibilidades de desarrollo del tumor. Cuanto más toxinas se expulsan y más se satisfacen las carencias, más vitalidad recuperan las células normales y más adversas se vuelven las condiciones para las células cancerosas. Todo esto nos indica dos cosas. En primer lugar: el avance o retroceso del tumor depende de la tarea que el portador esté dispuesto a  realizar sobre su terreno orgánico. En segundo lugar: nunca es tarde para comenzar a rectificar los errores que llevaron al desarrollo del tumor. Utilizando dichos populares, podemos decir que… “siempre algo es mejor que nada” y “más vale tarde que nunca”.

Dado el rol preponderante del sistema inmunológico en la velocidad de desarrollo de la masa tumoral, se ha  convertido en paradigma culpar a las cuestiones emocionales y al estrés por su derrumbe funcional. Si bien se trata de una media verdad, es muy reductivo pensar que un problema emotivo sea la causa de la proliferación tumoral.

Para comprender mejor, podemos valernos de una analogía mecánica. Tomemos el caso de una caldera que explota por exceso de presión (causa); la media verdad sería culpar a los remaches por no haber soportado la exigencia
(consecuencia). Si se hubiese mantenido la presión en términos aceptables, los remaches estarían en su lugar, cumpliendo su cometido. En nuestro caso, un shock emocional no puede derrumbar un sistema inmunológico (consecuencia), si no estuviese previamente colapsado por la tremenda exigencia de un terreno adverso (causa). Incluso el estrés sólo puede hacer
mella en un organismo intoxicado y con carencias de nutrientes. Una persona razonablemente depurada y nutrida, difícilmente caiga en una crisis emocional, pues tendrá la capacidad de ver el vaso “medio lleno” en lugar del “medio vacío”.

Muchos pacientes que han sufrido extirpación quirúrgica y/o destrucción de células cancerosas mediante radioterapia o quimioterapia, piensan que ya está todo resuelto. Por cierto habrán aliviado al organismo de la carga que esto representaba, pero no habrán resuelto el problema de fondo: la corrección del terreno, capaz de poner a raya el desarrollo del tumor. Es más, las terapias -altamente agresivas- habrán contaminado aún más el terreno y por lo tanto habrán empeorado las condiciones generales del organismo.

Si se comprende que síntomas y enfermedades no son más que la punta de un gran iceberg (la intoxicación corporal), es necesario que el paciente se haga responsable de su curación, ejerciendo su derecho natural a la plena salud. La
mayoría de los enfermos no se responsabiliza de su estado, considerándolo un problema del terapeuta; mas aún en el caso de las enfermedades graves.Normalmente se actúa como si la enfermedad fuese un ente externo que ha poseído al enfermo, a quien se lo considera víctima inocente de la mala suerte.
El paciente baja los brazos y rápidamente se pone en manos de un especialista, olvidando que sólo él generó el problema y sólo él puede resolverlo, rectificando sus errores.  A lo sumo el terapeuta puede ayudar, recordando el camino de retorno al estado de equilibrio; pero es el afectado quién deberá recorrerlo personalmente.

LA PUNTA DEL OVILLO

En presencia de un organismo sobrecargado de toxinas, y más aún si dicho estado de sobrecarga es antiguo, la pregunta es: ¿por dónde empezar? Por cierto, cada organismo es distinto y reacciona en forma diferente, pero en todos los casos la necesidad imperiosa es una: limpiar  para mejorar el estado del terreno. Ante todo hay que tener en claro una estrategia de acción global, basada en tres aspectos: evacuar los desechos acumulados, evitar que penetren nuevos desechos y satisfacer las carencias orgánicas. Los dos últimos puntos se deben abordar desde lo nutricional, tema que abordamos en otro articulo. Ahora nos ocuparemos del proceso de desintoxicación.

Quién ha realizado alguna cura depurativa, habrá constatado la cantidad de toxinas que pueden acumularse en el cuerpo. Cuando el organismo ve sobrepasada su capacidad de eliminación, no tiene más remedio que almacenar la escoria tóxica remanente, esperando que en algún momento se produzca la pausa que permita ocuparse de los desechos. Esta pausa sería
el antiguo y olvidado hábito del ayuno, o bien una crisis depurativa en forma de gripe, pero como las pausas nunca llegan o se reprimen con fármacos, los remanentes tóxicos cada vez se incrustan más en las profundidades de los tejidos, encapsulados en cuerpos grasos para evitar que generen daño. Esta lógica corporal es la que usamos en casa cuando hay huelgas de recolectores de basura. Mientras esperamos que se restablezca el servicio, depositamos los residuos en bolsas gruesas, para evitar que contaminen la vivienda. Al iniciar un proceso de evacuación de desechos acumulados, es importante tener en claro la lógica funcional del organismo, a fin de actuar en el mismo sentido y no contravenir sus leyes fisiológicas. El objetivo es remover los desechos incrustados en los tejidos, para que se vuelquen a los fluidos (fundamentalmente sangre y linfa), que luego descargarán en los respectivos órganos de eliminación (emuntorios).

Esta comprensión del proceso, nos permite establecer un orden de prioridades en la tarea: en primer lugar abrir las puertas de salida (emuntorios) y luego remover  los desechos incrustados en los tejidos. Si hacemos al revés, o ambas cosas al mismo tiempo, la liberación de las viejas toxinas será una masa demasiado importante para emuntorios todavía insuficientemente operativos. En otras palabras: es preferible evacuar las toxinas superficiales presentes en los órganos de eliminación, antes de poner en circulación aquellas incrustadas en el interior de los tejidos.

De esta manera entendemos lo peligroso que significa una severa dieta adelgazante en una persona obesa que no haya tenido esta precaución. El estado de sobrepeso, es una clara señal de severa y  profunda intoxicación orgánica. Los depósitos grasos no son más que un intento del organismo por encapsular y aislar la masa tóxica que lo agobia. Si la persona no activa
previamente los órganos de eliminación,  la brusca combustión de adiposidad (algo indudablemente positivo) puede convertirse en causa de colapso, dada la marea de venenos que circularán por el organismo.

En este sentido es importante la puntualización que realiza el Dr. Julio César Díaz y que tiene que ver con la intoxicación generada por fármacos ingeridos en exceso: “Los medicamentos y los químicos en general, son solubles en grasa
y antes de ejercer una acción sobre el organismo, saturan dicho tejido adiposo. O sea que en los tejidos de una persona obesa, además de químicos tóxicos, es probable que también se encuentren almacenadas dosis importantes de sedantes, corticoides, analgésicos y otras drogas consumidas en exceso mucho tiempo atrás. Cuando la persona baja de peso rápidamente, estas sustancias se vuelcan al torrente sanguíneo y producen el efecto para el cual fueron concebidas, pero que ahora está fuera de contexto. Es un tema grave, demasiado frecuente en la práctica clínica y generador de muchas urgencias
médicas”.

CÁNCER, SABEMOS DE QUE SE TRATA?


¿Qué enfermedad es el cáncer que en nada se parece a una enfermedad? No se acierta con ninguna definición patológica que le convenga al cáncer, ya que en él no se da lo más característico de todo mal orgánico, a saber, el esfuerzo de la naturaleza por volver al estado normal las funciones alteradas. El enigma está ahí ¿cómo es que el organismo en la invasión cancerosa se rinde sin combatir? En otras palabras: ¿cómo explicar este apagamiento de la fuerza vital ante el agente morbífico?

Hay otras extrañezas más, y no de poco bulto ¿qué enfermedad es ésta (si ha de llamarse enfermedad) que no se produce espontáneamente en ningún animal? ¿Cómo esta degeneración celular no presenta un solo caso –verdadero y no ilusorio- en todo el mundo de los vegetales? ¿Cómo explicar que tales hechos no hayan sido hasta ahora el riguroso punto de partida médico para la investigación del fenómeno? Eso: del fenómeno.

Si la idea de un agente microbiano debe ser desechada a vista de tantas evidencias, no es el mundo de lo morboso el que debe ser explorado, sino el otro (y no hay sino dos): el mundo de la alimentación. Éste es el mundo que debe ser explorado: el de la conducta alimentaria de las víctimas, anterior a la invasión, con el objeto de descubrir en todos los casos un elemento común insistentemente repetido.

A comida absurda o maléfica, nutrición perjudicial o mortal. Es obvio que la estructura química propia del organismo se altere perniciosamente cuando la comida le es dañosa. Por idéntico principio la obstinación en el mantenimiento de una misma alimentación inadecuada forzará finalmente al organismo a la incorporación de esas substancias no asimilables y, a la postre, letales.

¿Se puede saber cuándo empieza una formación cancerosa? Para lo que más importa que son los órganos internos, claro que no. El invasor no se da a conocer sino por la expugnación del centro asaltado. Algo ha caído ya cuando se acusa su presencia. Lo seguro es que todo esto acontece porque la sangre acarrea el material. Y si continúa acarreándolo, las células neoformadas siguen configurando un proceso tumoral que conducirá a la muerte.

Pero, a todo esto, en el supuesto corriente ¿por qué se desvía de su ley una cualquiera zona celular? La respuesta viene a parar en la rutinaria y no poco supersticiosa idea de la predisposición. Añadir que la predisposición puede ser de un tipo innato arroja la cuestión definitivamente a una oscuridad sin salida y a un puro y hueco suponer. Mentira parece que todavía hoy se cometan esos abusos de la más llana superficialidad mental; sin hacer cuenta de su comodidad despreocupada.

A la realidad del paciente hasta hoy estudiada en todo lo que mira a la expresión patológica, añado yo la hasta ahora nunca cumplida averiguación prandiológica, o sea la directa relación del mal con una determinada alimentación.

¿Y sostendrá alguien, tan adicto como se quiera al dogmatismo experimental, que esto queda fuera de la realidad del enfermo, y en lugar de explorarlo a nivel de hombre seguirá haciéndolo únicamente a nivel de cobayo, de conejo o de ratón? Nuestras averiguaciones entran de lleno en la realidad humana de una manera absoluta. Entran nada menos que en la realidad de su mesa. Y si el intelecto se dirige a esa realidad con rigor metódico, fuerza será reconocer que cumple así puntualmente una labor científica, incuestionablemente tal, con la ventaja, además, de los nuevos horizontes que se abren con ella; de tal modo que, después de tanta heredada mitología doctrinaria, como con el propio cáncer acaece, pueda reintegrarse por fin la Medicina a la Naturaleza.

Donde nada sabe el médico, pues pone muy lejos su atención, algo saben o pueden saber el padre de familia y la dueña de casa. Su aportación en lo que mira al cáncer, ha de tender a una cierta alimentación donde positivamente radica la causa originaria de todo carcinoma. En multitud de casos –de hecho en la totalidad de los casos- se encontrará siempre una dada combinación alimentaria, como predilecta, preponderante y continua, en la mesa del futuro canceroso. Esa combinación consta de dos sustancias declaradas incompatibles por las distintas respuestas gástricas que suscitan; incompatibles porque cada una de ellas requiere de un determinado estado estomacal e intestinal: la leche por una parte y el huevo por la otra; conjunción de que hacen su preferencia invariable ya por prescripción médica, ya por afición golosa, los consumidores de cremas, de flanes, de postres con aquella doble base.

Hacia el tiempo en que las palabras fueron claras, los mitos eran transparentes también. Símbolo del mundo y hasta de su Creador era el huevo. En griego por eso dice tanto como oion, ovon: lo que por sí mismo se alimenta. De modo que ¿cómo ni para qué, sin perturbación del orden natural, se le añadirá la leche? Ni al huevo ni a la carne (que se acuerda de su origen) se le añadirá la leche. Por ese motivo los hebreos de los tiempos mosaicos previenen que no se haga. No guisarás el cabrito –perceptúa El Exodo- con la leche de su madre.

La fusión forzada de dos universos alimenticios incongeniables engendra de por sí los elementos tumorales y su consecutiva aglomeración de materia superflua y con ella la desorganización de los tejidos, la disfunción de los órganos, la muerte … Y es para encarecer a este respecto la potencia trastornadora del queso con su concentración de caseína en ese conjunto de fuerzas desquiciadoras y negativas, como refuerzo de destrucción sobreañadido. Cosas todas en que la Bromatología nada puede ni atenuar, ya que no nos hallamos ante un problema de higiene sino ante un conflicto iónico esencial. Y qué diremos, además, de esos estímulos viciosos del alcohol, de los picantes … Ellos constituyen de por sí el factor irritativo en ingesta cancerígena, y gradúan con su mayor o menor intervención, la relativa benignidad o malignidad y rapidez de las neoplasias.

La historia de la formación del cáncer podría relatarse de esta manera: mediante la ingestión día tras día, de una alimentación tan nociva que bien podría ser llamada antibiológica se fue suscitando un proceso de sucesivas alteraciones al rigor de una invasión de sustancias inasimilables, cuyos desechos no lograba eliminar el organismo por sus vías naturales. La sangre y la linfa se vieron entonces de más en más alteradas por idéntica causa; de suerte que el enemigo acabó por hacer cabeza de puente en cualquier punto débil de la economía general. Y comenzaron a instalarse las neoformaciones. Y como la alimentación antibiológica, lejos de suprimirse -que habría impuesto la regresión dichosa del daño- hubo de proseguir, la afluencia sin ley continuó, incluso por los intersticios de los tejidos sanos disociándolos, comprimiéndolos, destruyéndolos. Día tras día el mal iba alcanzando a todos los elementos organizados del contorno, según los nuevos contingentes de desecho alimenticio, típicamente antibiológicos, seguían desembarcando por vía sanguínea o linfática, en el terreno elegido.. Hasta que allí no cupo más. Entonces los desechos debieron abrirse nuevo puerto de instalación parásita en otras zonas del cuerpo, destinadas al acogimiento de esas otras neoplasias que por errónea apreciación del suceso llevan el arbitrario nombre de metástasis.

¿Qué hace, mientras tanto la Terapéutica? Su camino electivo es el de la destrucción de la masa tumoral y el de su presunto sustentáculo de tejido sano a que debe llegar preventivamente la exéresis.

Otro muy distinto es, sin embargo, el camino, conforme nos lo ha ido mostrando el proceso mismo de toda tumoración. Lléguese a tiempo, dénsele materiales para remodelar al escultor instintivo que llevamos con nosotros y el proceso contra natura que es de por sí toda tumoración, se interrumpirá de suyo. ¿Por qué? Simplemente por haber recobrado su imperio, con sus justos ordenamientos y armonías, la Naturaleza.

POLEN O JALEA REAL?

JALEA REALDiferencias y consejos

En épocas de gran desgaste físico y mental, es habitual la búsqueda de soluciones naturales para mitigar la falta de energía. En este campo, los productos apícolas ofrecen excelentes respuestas, pero hay que evaluar atentamente las características de cada uno de ellos y su forma de consumo.

El hábito más difundido es el de consumir polen seco en granos. Pero investigando un poco más sobre este insuperable producto de la colmena, se ha llegado a establecer que nuestro organismo no puede aprovechar al máximo sus propiedades. En este sentido conviene conocer algo más sobre el polen y seguir el ejemplo de lo que hacen las abejas para consumirlo.

En realidad lo que conocemos como grano de polen seco, no es otra cosa que una aglomeración de los minúsculos granos de polen que la abeja recoge de las flores. Para poder transportar a la colmena esos pequeñísimos granos microscópicos -que a veces el viento esparce por el aire- la abeja no tiene otra alternativa que adensarlos. Para ello utiliza secreciones salivares -aportándole aún más riqueza- con lo cual logra formar el grano que transporta en sus patas y que el apicultor captura con trampas antes de que sea introducido a la colmena. Luego esos granos son secados por el apicultor (proceso imprescindible para evitar su rápida fermentación), envasados, conservados en lugar fresco y consumidos por el ser humano.

Pero ¿qué hace la abeja con los granos que logra introducir en la colmena? Es interesante ver que de inmediato la abeja mezcla el polen con la miel y lo deposita en celdas interiormente recubiertas con mudas de propóleo. Esto es el llamado “pan de abejas”, que pese a la gran inestabilidad del polen, logra ser conservado por meses en el interior de la colmena con temperaturas constantes del orden de los 37ºC y altos tenores de humedad.

Para entender esto debemos conocer aún algo más sobre el polen. Los microscópicos granos que la abeja aglutina en pelotitas son -observados al microscopio- como esferas recubiertas por una sustancia celulósica (la exina) similar a la madera por su dureza. Estudios realizados en Francia demuestran que nuestros jugos gástricos y nuestro tiempo de tránsito intestinal, no alcanzan a absorber más de un 30% del polen ingerido, evacuándose el 70% restante como fibra vegetal. Por eso la abeja -con un sistema digestivo mucho más primitivo que el nuestro- consume el polen mezclado con la miel. La función que cumple la miel, por su contenido de humedad del 18%, es el de humectar la exina. De ese modo esta dura protección celulósica se hincha y se resquebraja, dejando disponible el precioso contenido interior del minúsculo grano. Y precisamente la miel, con su gran poder conservante, cumple otra importante función, estabilizando la delicada riqueza nutritiva y terapéutica contenida en el interior del grano de polen. En esta tarea colabora también el propóleo, que además de su capacidad como conservante, aporta la riqueza de sus más de doscientos elementos constitutivos y sus veinte propiedades científicamente demostradas.

Por esta razón, una pequeña cucharada de la mezcla de polen con miel y propóleo (Pan de Abejas o Energizante), brinda más resultado que dosis mayores de polen seco, ya que el organismo asimila el compuesto fácilmente, rápidamente y sin desperdicios. Además la mezcla se conserva mejor y por más tiempo que el polen seco. Todo esto sin contar los beneficios extras generados por el sinergismo del polen mezclado con la miel y el propóleo, que explican sus magníficos resultados prácticos.

Con respecto a la jalea real -compuesto natural de gran eficiencia- el problema radica en su alta inestabilidad fuera de la colmena. Mientras está en la celda para alimentar a la larva, ésta le hace de agente conservante y no se degrada, pese a estar a 37ºC de temperatura. Pero una vez extraída de la colmena, es necesario conservarla a menos de 2ºC, para que no pierda sus propiedades. Es termosensible, fotosensible y dado su alto grado de humedad (68%) se descompone con facilidad. Además se oxida muy fácilmente y da lugar a la formación de los peligrosos radicales libres. O sea que sin cadena de frío, por un lado pierde propiedades y por otro genera compuestos tóxicos. Ahora bien, ¿quién puede garantizar una cadena de frío desde la colmena hasta la boca del consumidor?

Otra cuestión no menos importante en este análisis tiene que ver con el cáncer. Entre los principios activos de la jalea real, se encuentra una hormona que estimula el desarrollo de los tejidos y que explica el gran desarrollo de la reina respecto a las obreras, siendo que ambas nacen de un mismo huevo. Por eso se considera a la jalea como la “leche” de la colmena. El problema de esta hormona es que al estimular el crecimiento, no distingue entre tejidos buenos y malos, por lo cual se la contraindica en casos de tumores. En este sentido, debemos tener en cuenta que por efecto de la modernidad, es normal tener tejidos tumorales en desarrollo incipiente (ver: Cáncer y toxemia: vínculo ignorado). Por ello el consumo de jalea real debería evaluarse con más atención.

En el caso del Pan de Abejas, estamos frente a un compuesto que nos brinda un 90% de las propiedades de la jalea real -más otras propiedades extras a nivel nutricional por su contenido de aminoácidos, minerales y vitaminas- sin requerimientos especiales de conservación, gracias al poder estabilizante y conservante de la miel (irónicamente la miel no logra estabilizar la jalea real cuando se mezclan estos dos elementos, cosa que sí hace con el polen, al cual predigiere).